Si el mes pasado hablábamos de cómo el ego toma y se mantiene a los mandos de nuestra experiencia, este mes vamos a centrarnos en tres de los principales mecanismos de control que le permiten hacerlo.
En el mundo del Eneagrama los conocemos como las tres voces del ego.
Los llamamos así porque son tres voces que participan en nuestros diálogos internos haciendo que nuestra atención, nuestras emociones y nuestra energía se separen de la realidad y se pongan a su servicio para mantenernos dentro de la zona de confort y evitar que entremos en experiencias que puedan poner en solfa su autoridad.
La primera de ella es la voz que llamamos el crítico interno, ese Pepito Grillo que desde dentro juzga y corrige todo lo que hacemos y pensamos. Es esa voz que nos avisa de que no estamos esforzándonos lo suficiente, de que no lo estamos haciendo bien, de que no es correcto pensar lo que estamos pensando… en definitiva la que nos dice lo que es bueno y malo en cada momento.
La segunda voz es el cínico interno, es la voz que busca que no nos sintamos valiosos por lo que somos, que no nos sintamos merecedores de nada bueno y que dudemos de nuestras cualidades y talentos hasta desconfiar de ellos y paralizarnos. Es la voz que nos desanima cuando intentamos perseguir nuestros sueños haciéndonos creer que no los merecemos. Que nos dice: pero ¿dónde vas tú?, anda si no te van a hacer caso, si seguro que eligen a otra persona que les cae mejor…
La tercera es la voz del narcotizador interno. Una voz que nos encanta como si fuera la melodía del flautista de Hamelín y nos hace refugiarnos en la satisfacción más inmediata que tengamos a mano para no enterarnos de nada. O nos va arrullando con el mismo fin hasta que nos quedamos dormidos. Que nos hace sentir flojos y sin fuerzas para que decidamos no participar de lo que la vida nos ofrece en ese momento.
Cada una de estas voces opera en uno de nuestros tres centros: mental, emocional y visceral respectivamente para mantenerlo bajo control y evitar que se conecten a la realidad sin su intermediación.
En su origen, las tres voces nos ayudan a sobrevivir, a adaptarnos al entorno y a socializar. Se nutren de los mensajes de nuestros progenitores y los interiorizan para asegurarnos su protección.
Pero como siempre explicamos, los mecanismos que nos protegen acaban convirtiéndose en nuestra prisión y en la frontera que no podemos cruzar impidiéndonos llegar a zonas de mayor plenitud y consciencia.
Las voces de cada uno de los tipos de personalidad comparten los mismos mensajes por eso las reacciones suelen ser tan similares y predecibles. Si aún no conoces tu tipo, una buena manera de empezar a trabajar con él es observarte y darte cuenta de:
- Cuando internamente te riñes y te corriges, ¿conforme a qué reglas o normas lo haces? ¿te castigas cuando las incumples? ¿cómo? ¿de dónde tomaste esas ideas de lo bueno o lo malo?
- Cuando internamente te quitas valor y te haces de menos, ¿en qué experiencias te basas? ¿qué beneficio obtienes de hacerles caso y tirar la toalla? ¿a qué renuncias por no ser suficientemente valioso? ¿cómo afectaría a tus relaciones el arriesgarte y hacerte valer?
- Cuando internamente desinflas y te sientes sin fuerza, ¿qué haces para manejar esa incapacidad? ¿te refugias en algo placentero? ¿te desconectas para que nada te afecte? ¿te vas a dormir que mañana será otro día?
Esta auto-observación es el primer paso a los trabajos más profundos que nos tocan después.
El trabajo profundo con el crítico interno supone cuestionar nuestro sistema de creencias y descubrir cómo manejamos la culpa. Nuestra visión del mundo es subjetiva y por eso necesitamos etiquetar las cosas como buenas o malas. El crítico interno pretende llevarnos siempre por el camino recto y utiliza la culpa para que no nos apartemos de él. Le hemos entregado la autoridad sobre nuestra vida y nos vemos obligados a pedirle permiso para hacer lo que queremos o necesitamos.
Tenemos que aprender a desmontar sus mandatos corroborando que la mayoría de ellos no se ajustan a la realidad de lo que somos en el presente. Algunas veces, podemos negociar con él y llegar a un ten con ten, pero el paso final es ir más allá y convertirlo en el maestro interior. Que pase de ser el que nos amenaza a ser el que nos aconseja y nos recuerda nuestros sueños y deseos verdaderos en lugar de nuestros deberes y obligaciones, que son los que nos van a llevar a realizar nuestra misión.
El trabajo profundo con el cínico interno pasa por desarrollar una autoestima sana que se proyecte en todas nuestras relaciones, las que tenemos con nosotros mismos y con los demás. Aprender a valorar a los demás y a nosotros mismos, reconociendo que nuestra humanidad nos une y nos hace diferentes. Aprendiendo a manejar la vergüenza y a darnos cuenta de nuestros autoengaños.
Hemos de convertirlo en nuestro entrenador interior, que reconoce nuestras fortalezas y debilidades y nos ayuda a conjugarlas y nos motiva para desarrollar nuestro potencial como seres únicos e irrepetibles.
Por último, el trabajo profundo con el narcotizador interno pasa por desarrollar una buena consciencia corporal. Conocer nuestro vehículo y cómo le afecta el entorno. Tomar consciencia de las dinámicas de nuestra energía y saber administrarla. Aprender a relajar nuestras tensiones y sacar partido de nuestra respiración.
Hemos de convertirlo en nuestro cuidador interior, una especie de técnico de mantenimiento que nos permite estar siempre a punto, ser consciente de nuestros recursos y saber cuándo y cómo cuidarlos.
Si convertimos sabemos hacer esto, convertir las voces del ego en nuestras aliadas, haremos lo que los sufíes señalan cuando dicen: “no basta con vencer al diablo, hay que poner al diablo a trabajar para Dios”.
Pedro Espadas
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